En un pueblo muy pero muy pobre. Las personas tenían sus ropas viejas, sus calzados rotos y no tenían mucho que comer pues la tierra ya no producía sus frutos y los arboles estaban secos.

Maracay al ver sus ropas y sus juguetes que estaban muy viejos empezó a llorar y pasaban los días y seguía llorando, nada la calmaba.

Hasta que un buen día su mamá descubrió que sus lágrimas se convertían en diamantes. Ella afanosa le comento a su esposo quien empezó a repartir los diamantes a todo el pueblo porque era mucha la necesidad.

La gente muy feliz de ver los diamantes, empezaron a decirle cosas feas a Maracay para que siguiera llorando diamantes.

Pero un buen día de tanto llorar, sus lágrimas se secaron. La gente preocupada porque ya no tendría más diamantes insistía en hacerla llorar, le decían palabras malas y la empujaban pero cada vez que alguien le hacía algo feo a Maracay, ella sonreía porque empezó a ver los sentimientos de necesidad de las personas, y empezó a comprenderlos.

Maracay empezó a cantar, a dibujar y a soñar, se sentía muy feliz pero muy feliz, era tanta la felicidad que un buen día las nubes se disiparon, llegaron los pájaros y con ellos llegaron semillas, las semillas cayeron a la tierra, y fue tanta pero tanto la felicidad de Maracay que las semillas empezaron a crecer.

Las personas aterradas por lo que estaba sucediendo con la naturaleza, dejaron de molestar a Maracay y decidieron con ella también sonreír y ser muy pero muy felices y como fue tanta la dicha del pueblo los pastos crecieron, lo arboles empezaron a dar hojas verdes y los frutos era grandes y hermosos que todo el mundo venía al pueblo porque había abundancia y mucha bendición para compartir.

Moraleja: ¡Toda situación tienen un origen, y está en cada persona cambiar el futuro!

Autor: Margareth Villalobos Guiza. Especialista en Docencia Universitaria. Mg en Enfermería con Mención en Gestión